Son las siete. Me despierta el ruido de la persiana subiendo. Entreabro los ojos y saco el brazo de debajo del edredón de plumas. Deslizo el índice por la pantalla holográfica que aparece puntual. Selecciono un canal de noticias de Marruecos y vuelvo a esconder el brazo bajo el manto blanco. De la cocina sube olor a café recién hecho.
No me apetece salir de la cama. Escucho el bip que me anuncia mensajes nuevos. Zufre III aparece en la pantalla. Le doy la orden de reenviarlos a la subdirección de Salud y Tecnología sin haberlos escuchado. Estoy cansado. Creo que hoy también me quedaré en la cama. Pido a Zufre que ambiente el cuarto con aroma a canela y té de Pakistán. Ya les dije que quiero ir derivando mis funciones, he cumplido mi objetivo. Empecé medicina con el deseo de ayudar y se puede decir que lo he conseguido con creces. Porque no creo que ninguno, ni clientes ni resits, pueda reprocharme que su vida no haya mejorado. A unos les he dado una vida más larga llena de posibilidades y a otros les he sacado del charco en el que estaban metidos. Me deben mucho.
"Nota: revisar las cláusulas sobre mi salida de la Corporación y la elección de un nuevo cargo en la presidencia. Categoría A".
La silueta oscura de Sofía aparece tras la puerta translúcida. Trae el café y las pastillas de macro-alimentos. El café de la mañana es la única rutina que he mantenido durante tantos años. Doscientos veinti... Qué sé yo. He perdido la cuenta con tantos cuerpos que me he intercambiado. Pero el olor a café me ancla a los domingos en casa, a las coplas saliendo del tocadiscos del salón, al viejo llenándose la cara de espuma para afeitar, a la vieja sirviéndole el café en un vaso de vidrio, porque prefería beberlo así, como si fuera un refresco. El viejo casi nunca sonreía. Tampoco me miraba demasiado. Sofía deja la bandeja en la mesilla de ébano. Le digo que se meta en la cama. Desliza la cremallera y su uniforme de algodón gris cae al suelo. Me enseña su cuerpo blanco y perfecto. Se tumba a mi lado. La siento fría. Le pido que suba su temperatura antes de empezar a acariciarme. No logro excitarme lo suficiente para penetrarla. Le digo que por hoy basta y sale de la cama.
"Nota: Tomarme más vitaminas. O cambiar de modelo. Otra quark humanoide, pero india o asiática. Categoría C".
Vuelvo a sepultarme bajo el edredón. La habitación está llena de canela y té y me quedo mirando al techo de baquelita blanca. Bip. Zufre aparece de nuevo en la pantalla. Estoy tentado de dejarla en letargo. La Corporación insiste en que sea yo quien me encargue de la ponencia de apertura del Congreso Mundial sobre acompañamiento a resits. Normal. La Corporación sabe que he sido el mejor en eso. Me he ocupado de los casos más difíciles, de los resits más frágiles. Quizás sea una buena manera de retirarme de escena.
"Aceptada la propuesta. Enviar".
Podría contar el caso de aquel chico. ¿Cómo era? Ricardo Rodríguez Santos. Como para olvidarlo... Sería un buen ejemplo sobre la aplicación del protocolo 183, cuando los resits entran en pánico.
"Abrir informe resit Rodríguez Santos, Ricardo".
Hombre. Caucásico. Profesión: desempleado. Estado civil: Casado. Motivación intercambio: Emocional. Dinero para curar a su mujer, enferma terminal. Edad: 29 años. Edad del cliente: 71 años.
Desde luego era un caso complicado. Tuvimos muchos problemas para encontrar al resit. Nadie quiere convertirse en un viejo de repente, hay que estar muy desesperado. Y aquel tipo lo estaba, afortunadamente. Un escultor frustrado mantenido por su mujer, al que le invadió el espíritu salvador cuando ella se infectó de WIV. La Corporación nunca selecciona resits del mismo país que el de los clientes, pero con este hicimos una excepción, no teníamos muchos candidatos. Además fue una suerte que su mujer estuviera siendo tratada en una de nuestras clínicas satélite. Parte de la retribución por el intercambio se la canjearíamos con el tratamiento que ella necesitaba. Una buena carambola.
No sé si el verme le puso más nervioso. A muchos resits les ocurre eso cuando conocen a los clientes. Da igual lo seguros que se muestren en las pruebas y las entrevistas. Su determinación se tambalea y vuelven a formular preguntas ya contestadas sobre efectos secundarios, nuevas medicinas y próximos achaques. En esos momentos hay que actuar rápido. Aplicar el protocolo. Usar un lenguaje emocional y cercano, evitar tecnicismos. Recordarles los momentos felices que harán vivir a otros o el sueño que por fin cumplirán.
Allí, en la habitación soleada, a punto de entrar en quirófano, traté de calmarlo. Le hablé de la sencillez de la operación, de la rápida recuperación, de que podría exponer sus esculturas donde quisiera, de que incluso un anciano puede alcanzar sus sueños. Recuerdo sus ojos mirando a la ventana.
—Lo que más nos ha impresionado, Ricardo, además de su buen estado de salud y las excelentes notas de los test, es su determinación. Su mujer es muy afortunada teniéndole a su lado.
Estaba callado. Una pareja de gorriones se posó en el alféizar. Parecía entretenido imaginando dónde tendrían el nido. O deseando ser eso, un gorrión, para salir volando. Tenía que evitar el silencio a toda costa. Hay que saber qué piensa el resit en todo momento para poder contrarrestarlo. Y ya estaba todo preparado. No podíamos permitirnos un retraso.
—¿Dónde se conocieron usted y su mujer, Ricardo? —Le puse la mano en el hombro para que me mirara.
Mencionar a su mujer fue un acierto, aquel chico se había relajado. La predisposición con la que entran los resits a la operación es muy importante. Tienen que estar tranquilos. Si no, puede haber fallos en la sinapsis neuronal y el cerebro podría rechazar el intercambio. Definitivamente, este caso es un buen ejemplo para abrir la ponencia. Les va a gustar la historia. Y más aún siendo yo el que se libró de aquel cuerpo viejo y reumático. No son comunes los casos en que el cliente es el que calma a su resit y yo lo hice con éxito. Un gran ejemplo de savoir faire.
Todo salió a la perfección. En un par de días los dos estábamos recuperados. Me moría de ganas por estrenar mi nuevo aspecto, por volver a correr, por subir las escaleras a pares, por beberme el MacAllan de 1926 que tenía guardado, por hacer el amor. No sé qué haría Ricardo. Regresar a su casa y dar el dinero a su mujer, claro. Me imagino la cara de ella abriendo la puerta a un anciano que decía ser su marido. En una mano un ramo de flores y en otra un cheque con muchos ceros. La veo sentada en la silla de la cocina, apoyando la frente en la palma de su mano, la pierna derecha temblando, absorta en la mancha de una de las baldosas del suelo. El cheque descansando en la mesa, al lado de la lista de la compra. Mientras él le repite lo mismo que yo le dije hacía unos días. Pero no resultó tan convincente. Si la hubiera calmado, si la hubiera conquistado de nuevo, ella no habría venido a verme.
Por supuesto, esto ya no voy a contarlo. A la Corporación no le interesa lo que les ocurre a los resits después del intercambio. A mí tampoco. Ellos ya tienen el dinero, que es por lo que vienen. Ese es el acuerdo. Pero esa mujer tuvo que presentarse en mi despacho y estropearlo. Estaba muy alterada, supongo que verme la confundió aún más. Me había teñido el pelo de negro y mi ropa distaba mucho del estilo andrajoso de su marido, pero al fin y al cabo era su cuerpo. Y eso debe causar mucho impacto.
No sé si verdaderamente vino para convencerme de que rompiera el contrato o simplemente quería volver a ver el cuerpo de Ricardo. Allí parada mirándome tan seria, no se me ocurría nada para romper el hielo. Afortunadamente la Corporación tiene protocolos para todas las situaciones. Apliqué el 250 a mi manera, ofreciéndole asiento y un trago.
—Quiero que mi marido regrese conmigo, quiero que deshaga el intercambio —me dijo mientras le preparaba el whisky. Eché los hielos en los vasos y me giré para ofrecerle uno.
—Sabe que lo que me pide es imposible. Los cuerpos intercambiados no admiten más intervenciones en al menos veinte años.
Bajó la mirada. Sostenía el vaso en su regazo. Dio un par de tragos y rompió a llorar. Bloqueé el acceso al despacho y me senté a su lado. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas y el cuello, y morían en el tatuaje con forma de ancla que tenía en el pecho izquierdo. Tan cerca de ella podía verlo asomar por el escote del vestido rosa. Le puse la mano en el hombro mientras le decía que se tranquilizara. No sé si la notó, seguía llorando. El whisky de su vaso estaba a punto de derramársele en el vestido. Se lo quité de las manos y la estreché entre mis brazos. Se había convertido en un cuerpo pesado sin fuerza para sostenerse. Hundió su cabeza en mi pecho y noté cómo se me humedecía la camisa. Le acaricié el pelo. Era una mujer muy hermosa y verla indefensa activó mi miembro. Acerqué mi boca a la suya y le besé los labios. Luego recorrí con los míos los párpados, las mejillas, los pechos suaves y blandos, el cuello, los hombros pequeños, las palmas de las manos. Ella me llamó Ricardo en varias ocasiones.
—Estoy aquí, Luz. Tranquila.
La tumbé en el sofá y seguí besándola. Luego la coloqué boca abajo, abrí sus piernas y le bajé las bragas.
Aquel polvo fue uno de los mejores de mi vida. Apuesto a que su marido hacía tiempo que no la hacía gozar de esa manera. Cuando acabé le subí las bragas y le bajé la falda. Tardó unos segundos en incorporarse. Tenía la cara roja y el rímel corrido. Me pidió otro trago. Luego cogió el bolso del suelo, se estiró el vestido y salió sin mirarme.
Dejo de acariciarme el pene y saco el brazo de debajo del edredón. Estos recuerdos me han excitado. Activo la pantalla holográfica y pido un whisky a Sofía. También le digo que se ponga un vestido.
Aquella mujer podía haber continuado con todo como estaba, someterse al tratamiento, dejar que su marido cumpliera su sueño y desahogarse conmigo cuando quisiera. La solución era perfecta. No entiendo qué puede llevar a alguien a acabar de otro modo.
“Buscar mensaje. Remitente Luz. Asunto: cancelación contrato.”
Zufre tarda unos segundos en mostrar los resultados.
Buenos días doctor:
Le escribo para decirle que he tomado la decisión de no someterme al tratamiento para curarme. Es irrevocable. Por tanto, ruego que el coste del mismo se le retribuya a mi marido. Y para que conste, envío solicitud formal al departamento legal.
Atentamente:
Luz García Moreno
Luz murió a las pocas semanas y a Ricardo se le concedió la solicitud de su mujer. Me pareció verlo en varias ocasiones. Esperándome cuando salía del sector A, o a primera hora, cuando iba a correr, o cuando compraba comida vietnamita, o cuando daba alguna charla en la Corporación, o cuando buscaba a alguna quark con la que pasar la noche, o en plena entrevista a un resit. Me acechaba, mirándome fijamente. Nunca se acercaba. Por fortuna, con el tiempo desapareció.
Sofía aparece tras el cristal de la puerta. Salgo de la cama y le digo que se quite las bragas y se tumbe boca abajo. Pido a Zufre que aromatice la habitación con jazmín y lavanda. Me siento animado. Quizás hoy me levante y escriba la ponencia.